Ya avanzada la tarde, me encontraba en las montañas, regresando de una misión. Las nubes se congregaban lentamente en el cielo como si se hubiesen puesto de acuerdo para reunirse e invocar una gran tormenta. Me detuve, y observé el cielo. Una fina lluvia comenzó a caer y cerré los ojos dejando que las pequeñas gotas resbalasen sobre mi rostro. Era agradable, el clima no era una de mis preocupaciones actuales. Sería más adecuado decir que no tenía ninguna. Estaba feliz. Después de tanto tiempo vagando sin rumbo fijo y tantas cosas que habían sucedido, parecía que la vida comenzaba a sonreírme. Ya nunca más volvería la vista atrás, tenía grandes esperanzas en el futuro.

Comenzó a llover con más fuerza, así que me senté al amparo de un pequeño saliente rocoso, descansando mientras esperaba que amainase la tormenta. No tenía aspecto de que fuese a parar, más bien su fuerza aumentaba por momentos, y el viento rugía con fuerza al compás de unos truenos lejanos.

Apoyé una mano en la mejilla, aburrida mientras no podía hacer otra cosa que observar la tupida cortina de lluvia, busqué una porción de chocolate que había traído y comencé a comer mientras tarareaba una antigua canción que acudió a mi memoria.


A través del ruído que hacía el agua al caer me pareció escuchar pasos que me acercaban, no le di importancia y continué con lo que estaba haciendo.